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Testimonios del infortunio. Botero en Colombia

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé
Cesar Vallejo

Crónica de la tragedia persistente que ha azotado los territorios más profundos de Colombia durante décadas, la obra pictórica de Fernando Botero, que el creador donó al Museo Nacional de Colombia en el 2004, constituye un estudio casi al natural de la desgracia humana. Testimonio vivo de la inexorable violencia que, durante diversos episodios históricos, ha entorpecido la cotidiana tranquilidad de aquel país latinoamericano y que, por momentos, ha amenazado con sumirlo en el más inexplicable caos.

La narrativa visual propuesta por el maestro colombiano para las piezas que componen esta muestra, ejemplo notable de su monumental acervo, se aparta por instantes de la fiesta cromática y compositiva a la cual nos hemos acostumbrado a admirar durante décadas. Seguimos, por supuesto, contemplando con singular agrado aquella iconografía señorial e inimitable por la cual es ampliamente reconocido: un universo de singulares formas grandilocuentes y en eterna dilatación extática y volumétrica que alimentan tanto la arquitectura, de perspectiva ilusoria por momentos, como la anatomía, de platónica simetría, de aquellos personajes inconfundibles que nos refieren, gracias a la preciosista y laboriosa técnica con la que han sido creados, a las mejores piezas que otorgó al mundo la Florencia del Cinquecento.

Sin embargo, en esta ocasión, estos célebres personajes recrean escenas que retratan con serena angustia la anarquía originada por las manifestaciones de la violencia así como sus amargos frutos. Por esa razón, el artista nos obliga a confrontar los más diversos episodios tormentosos: una madre sin fe y sin consuelo le llora al cadáver de su hijo (Una madre, 2001); un hombre, aún desconcertado, cae abatido hacia el suelo donde lo esperan silenciosos, pálidos y expectantes, los cadáveres de algunos compañeros de infortunio (Masacre en Colombia, 2000) o aquella alegoría arquitectónica de la lamentable catástrofe que supone el desprecio del uno por el otro y cuyo resultado es el cruel atentado homicida contra la vida en común (La muerte en la catedral, 2002).

En todas las piezas encontramos una precisión compositiva que nos recuerda a la pintura de las primeras décadas del Renacimiento donde mensaje e imagen se mantenían en un equilibrio perfecto, pues gracias a la economía de la composición, el autor nos permite centrarnos en el drama que acontece en cada cuadro.

Al final, nos será imposible hallar consuelo o reposo ante la tragedia humana en la obra del insigne maestro de Medellín que tiene a bien obsequiarnos para nuestra contemplación el Museo de los Pintores Oaxaqueños. Pues no es ésta la intención de Fernando Botero, el más colombiano de los pintores colombianos, sino más bien la de donar al tiempo mismo, un complejo documento pictórico de fina y lograda estética que tiene en su centro, como eje temático, la atroz violencia que habita palpitante en el corazón de la humanidad y ante la cual, el maestro conmovido y preocupado, ha interpuesto su labor imperecedera de extraordinaria factura.

No hallaremos tampoco respuestas al sufrimiento, al odio o al rencor que transitan por los parques, las calles y las avenidas de las ciudades contemporáneas. Pero si encontraremos arte verdadero. Aquel que nace de un genuino sentir y comprender y que sabe permanecer, con sublime elegancia y majestuosidad, en la memoria colectiva de la humanidad.

Javier Rosas Herrera. Noviembre de 2012